28 de julio de 2007

EL JURADO QUE NUNCA ESTUVO

La idea de los concursos para proyectos y obras terminadas establecida en la actual ley de cine no fue original sino adaptada de otras experiencias como en Francia o España, donde el Estado central y los gobiernos locales brindan apoyo financiero a su producción, además de facilidades para su acceso al mercado nacional y continental. Como se recordará, esta ley nació en circunstancias que el cine peruano estaba totalmente desvastado, luego de la derogatoria de la legislación promocional del tiempo de Velasco, y cuando dominaba el escenario político y económico la ortodoxia neoliberal, con Fujimori como dictador omnipresente. La Ley anterior (19327) no contemplaba el procedimiento de los concursos sino un mecanismo de exhibición obligatoria para cortos y largos, con porcentajes del impuesto a la taquilla para las empresas productoras que lograban obtener el certificado de la COPROCI, el organismo oficial encargado de otorgarlo. Esta forma de fomento, que algunos consideran que era más democrática y abierta que la actual (admitió cerca del 90% de lo realizado), fue sin embargo cuestionada porque supuestamente tendía a la mediocridad, favoreciendo por igual a las propuestas más audaces y creativas que a las convencionales y rutinarias. Además, hay que recordarlo, no facilitaba ningún dinero previo (que es cuando más se necesita) sino a posteriori, y siempre de acuerdo al incierto resultado de la taquilla de un mercado en crisis casi terminal.

La nueva ley (26327) excluyó cualquier intervención en el mercado de la exhibición comercial (incluida la exoneración de los impuestos de taquilla, que venía desde 1962 y fue eliminada con Toledo), optando más bien por instaurar los concursos con dinero del presupuesto público. Ya sabemos que los diferentes gobiernos, incluido el actual, nunca cumplieron con entregar lo establecido en la ley (que permitía realizar dos concursos al año para largometrajes y cuatro de cortometrajes, con un monto cercano a los 7 millones de soles), dando sólo entre un 12 a 15% (alrededor de un millón de soles). El reiterado incumplimiento gubernamental esta sin duda en la base de la enorme frustración de la ley, ya que obligó a los miembros del CONACINE a limitar, postergar y finalmente modificar las bases primigenias (y los montos de los premios) de los concursos, tal como se establecía en el texto de la norma legal. Recordemos que según la ley, los premios para los largos debían oscilar entre 900 y 500 mil soles, dependiendo del lugar ocupado en el Concurso, mientras en el último concurso del 2007 fueron dos premios de 315 mil soles.

En cuanto al siempre picante tema de los Jurados, en innegable que todo concurso, certamen o festival, en cualquier género o lugar, siempre tiene que escoger los proyectos u obras ganadoras, entre varias alternativas postulantes, y para hacerlo, nombrar a un jurado o comité que tenga la muchas veces no muy grata ni sencilla tarea de determinarlo. Porque es muy fácil hablar mal de los jurados y echarle la culpa de todo, como de los árbitros en el fútbol, para evadir nuestras propias culpas y responsabilidades en la situación del cine actual.

A mi me toco en dos oportunidades integrar la Subcomisión técnica, que revisa la presentación y factibilidad de los proyectos presentados a los concursos, y puedo certificar que no son pocos los trabajos que no cumplen con los estándares mínimos de cualquier convocatoria internacional en lo que se refiere, por ejemplo, al tamaño y contenido de la sinopsis, el manejo presupuestal (y la facilidad y escaso sustento con la que se habla de grandes cifras) o del reparto y equipo técnico involucrado. Por cierto que ello es en gran parte responsabilidad de un medio, entre los que debemos incluir a las universidades e institutos que dictan carreras de comunicación y preparación audiovisual, que no capacita a sus estudiantes y profesionales en los requerimientos básicos de presentación que se demanda en cualquier mercado audiovisual, sea cinematográfico o televisivo (lo que se verifica cuando comparamos los proyectos de quienes han estudiado o estudian fuera del país con quienes no tuvieron esa oportunidad). Estos detalles, por cierto, no debieran influir más que la originalidad y creatividad de los proyectos, pero son reveladores de la mayor o menor seriedad y seguridad que una inversión de este tipo demanda. No olvidemos que en el primer concurso de CONACINE dos proyectos se cayeron, terminando en juicio y cancelado en un caso (el otro, Ciudad de M fue realizado fuera de plazo), lo que ha provocado en los miembros del CD de CONACINE una explicable preocupación por el cumplimiento de los proyectos que reciben dinero del erario público (y pese a ello, se produjeron después los casos de Amores imposibles y Muero por Muriel).

Sobre la composición del Jurado, se discute mucho, y hay ríos de tintas y píxeles en revistas y paginas web protestando contra los eufemística y huachafamente llamados “notables de la cultura”, negándoles autoridad para opinar y menos juzgar las películas nacionales. “Se les designa sin pensar en su interés intelectual por el cine, peruano o foráneo, o su preocupación por estudiarlo. Están allí porque destacan en sus artes y oficios y las ley los quiere convertir en controladores de los recursos económicos que se entregan: es un intento por evitar las trenzas y las piñatas entre la gente de cine, como si ella fuera por naturaleza más propensa a la trapisonda y la componenda” (Ricardo Bedoya: Breve encuentro. Una Mirada al cortometraje peruano. Editado por el Festival de Cine de Huesca, España, 2005). Ahora bien, es cierto que estos señores y señoras fueron convocados a ser parte de los jurados de los concursos para tratar de garantizar una mínima confianza e imparcialidad en sus resultados, y no porque se desconfié a priori de la gente de cine, sino porque este es un medio pequeño y endógeno, donde (casi) todos nos conocemos, y en el que abundan los amiguismos así como las animadversiones mutuas (podemos imaginarnos de que calibre y contenido serían en ese caso los comentarios y quejas de los perdedores).

Descartada la gente del campo de la producción y realización, por sus posibles intereses creados, quedaron en pie los críticos y docentes de cine (considerados como miembros específicos del Jurado), a los que se agregan los antes mencionados “notables” y dos representantes determinados por el Ministerio de Educación. Todos los cuales, con excepción de los designados del MED, elegidos por sorteo público, limitándose el CONACINE a conformar la terna de postulantes. Pero el tema de fondo, más allá de las formalidades, es sí en las decisiones finales de los jurados pesan más las opiniones de los críticos o los “notables”, y si los primeros son siempre garantía de un juicio más cinematográfico, una mayor apertura a las propuestas diferentes y más calidad en las películas resultantes, que los posibles prejuicios y desconocimiento de los segundos. Al respecto, y sin desconocer el conocimiento y aporte de la crítica local, no creo que ella sea la única que dispone de las herramientas hermenéuticas para opinar y juzgar sobre el cine nacional, y que siempre debe ser bienvenido las visiones y enfoques de otros campos y disciplinas del arte y la cultura.



Veamos lo que ha pasado en los concursos hasta la fecha. En el primero y segundo obtuvieron los primeros lugares dos proyectos de corte histórico (Guamán Poma y El bien esquivo). En segundo lugar quedó un “biopic” de tinte político (Coraje) en el primer concurso, y una historia de amor con elementos “míticos” en una caleta de pescadores (La Carnada) para la segunda convocatoria. Finalmente, una historia de adolescentes marginales inspirada en una exitosa novela (Ciudad de M) y un relato metafórico, de reminiscencias apocalípticas (A la medianoche y media). En el tercer concurso se opta más bien por una comedia romántica limeña, amago de screwball comedy según algunos críticos (Muerto de amor), un intento de resumen y testamento autoral con varias historias sobre la dificultad del amor (Amores imposibles), y una sátira a las telenovelas y las relaciones de clases sociales (El destino no tiene favoritos). En el cuarto obtiene el primer lugar una propuesta de thriller de acción sobre un conocido delincuente local (Django, la otra cara), seguido de un historia de crimen, próxima al cine negro (Muero por Muriel) y el tema del terrorismo, visto a través de los ojos de un niño (Paloma de papel). Después de un tiempo se retomaron los concursos, con diversas modalidades y montos establecidos por el CONACINE en las convocatorias, resultando premiados en el primer concurso extraordinario (2005): El inca, la boba y el hijo del ladrón en la categoría de película, Madeinusa como video y La prueba para postproducción. Al año siguiente los ganadores resultaron Dioses y Jardines de Paraíso para producción, Mariposa negra y Una sombra al frente en postproducción; y Coliseo y Mi pequeño en Desarrollo. Por último este año, la tercera convocatoria extraordinaria entregó los dos únicos premios a los proyectos Coliseo y La teta asustada.

De esta somera revisión podemos deducir que, más allá de si uno coincidía o no con los fallos de los jurados, no es cierto aquello de que siempre ganan los mismos, pues salvo en las últimas convocatorias y en diferentes categorías, sólo tres repitieron el plato, triunfando promedialmente un 50% de proyectos opera prima. Tampoco resulta muy valido el aserto de que habría una “cierta tendencia” en los premios a ciertos temas y connotaciones, porque se puede ver que se premiaron a proyectos de diversos géneros y temáticas (hay que recalcar, como lo menciona Rosa María Oliart en la entrevista de lacinefilianoespatriota, que los miembros del CONACINE no intervienen ni predisponen a ningún jurado, que son plenamente autónomos en sus decisiones y fallos). Por supuesto que los Jurados no pueden responsabilizarse por los resultados finales de los proyectos ganadores, pues lo que se valida son guiones, acompañados de presupuestos, fichas técnicas y planes de producción y realización, pero del papel a la película hay siempre mucho trecho, y ese es responsabilidad de cada realizador. Asimismo, creo que no es muy justo acusarlos de no haber apreciado en su oportunidad guiones de películas como Días de Santiago, pues debiera saberse que muy raras veces el guión que se presenta a concurso es el filmado, como en este caso, que termino pasando por varias revisiones y reescrituras, uno de las cuales fue un taller de guión y desarrollo de proyectos promovido por CONACINE.

Dicho todo lo anterior, no vaya a pensarse que considero al régimen de los concursos de la actual Ley como perfecto e irreprochable, por lo que en el proyecto de nueva ley de cine se ha buscado mejorar y ampliar su convocatoria. Especialmente sensible me parece la amplitud (y casi laxitud) que otorga la Ley en lo que respecto a lo que se considera “obra peruana”, y que ha permitido y permite participar proyectos donde la presencia nacional es mínima con respecto a otros países, lo que de alguna manera desnaturaliza el sentido de una ley de promoción al cine peruano (ya bastante precario). Vacío que viene del texto legal y sus excepciones, aplicado muchas veces de manera demasiado general por los miembros del CD del CONACINE.

Sin embargo, creo que el balance final no es tan negativo como algunos buscan presentarlo, dadas las circunstancias y obstáculos que lo han rodeado. Por ello, deslindo también con los cuestionamientos demagógicos, como los de un veterano cineasta, que parece la zorra de la fábula cuando plantea que no deberían realizarse concursos porque el Perú es un estado pobre, preocupación que por supuesto no tuvo al participar en tres de las convocatorias; y que nos propone que se otorguen, a través de un organismo oficial, créditos reembolsables (y con intereses, inevitablemente) , que terminarían llevándonos a la crisis que se vive en Bolivia, donde casi todos los cineastas están endeudados con el CONACINE local.

Me inclino más bien por la propuesta que desarrollamos en el proyecto de nueva ley que esta en el Congreso, que busca recoger experiencias de otros países de la región. De esta manera se propone que ya no se realice concursos de obras integrales como en la ley actual, sino por etapas, otorgándose ayudas con diferentes montos y compromisos, de acuerdo a la disponibilidad presupuestaria del nuevo ente oficial, en las categorías de desarrollo, producción, postproducción y comercialización. Adicionalmente se organizaría una convocatoria especial, una vez al año, para premiar al proyecto de largometraje que se considere de mayor calidad y originalidad, buscando de esta manera estimular un cine de creación personal. Se mantendría la preferencia, en caso de empate, para las opera prima, estimulándose la producción del interior, no necesariamente vía un concurso excluyente (se precisa además, los requisitos que debe tener una película para ser considerada producción nacional, bastante general y ambigua en la actual legislación). Y sobre los Jurados, no se menciona nada sobre su composición en el texto del nuevo proyecto, para no atar de manos al Consejo oficial de cine (INCINE), permitiéndole una composición plural y variada, de acuerdo a las necesidades y balances de cada convocatoria. Por cierto que esto no es la panacea, ni estará libre de cuestionamientos, tropiezos y errores como toda obra humana. Pero creo que es un importante paso adelante que sólo se podrá medir cuando logre por fin ser una realidad esta nueva ley, y con los recursos correspondientes. Total, soñar no cuesta nada.


Christian Wiener Fresco

Lima, julio 2007

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