5 de agosto de 2007

TLC y CINE: PARA COMERTE MEJOR

por Christian Wiener (publicado en el número 4 de Tren de sombras)

“Además de todo esto, el cinematógrafo es una industria”
Andre Malraux



Para muchos, relacionar cine y cultura con el TLC es algo forzado y poco menos que un despropósito, porque aparentemente entre ambos temas no habría nada en común. “Es como tratar de encontrar alguna relación entre la pintura y la bolsa de valores”, se afirma con cierta autosuficiencia e ignorancia. Pero se equivocan, porque efectivamente entre pintura y el mercado bursátil si existen vínculos, como lo prueban las altas cotizaciones que un cuadro de Van Gogh, Modigliani o Picasso alcanzan debido a la especulación de los coleccionistas. Ni que decir entonces en el caso del cine, donde se mueven millonarios presupuestos de producción en cada blockbuster de Hollywood, buscando alcanzar no menos astronómicas cifras en la recaudación de todas las pantallas del mundo.

El sector cultura y específicamente el audiovisual (cine, televisión) esta irectamente implicado en los acuerdos comerciales en la medida que sus productos, si bien tienen características particulares y especiales (por lo que no pueden ser considerados como mera mercancía, como gusta decir Vargas Llosa) se insertan en el mercado internacional como bienes y servicios. Por esa razón los franceses desde el año 1993 han insistido en considerar una excepción cultural en el campo de la negociación comercial internacional (cuyo foro es la OMC) para excluir toda su industria audiovisual y las medidas de beneficio que reciben del Estado de un trato igual a cualquier otra mercancía, por su valor de identidad cultural. Este mismo concepto ha sido esgrimido por los canadienses que han levantado la bandera de la diversidad cultural a nivel mundial, porque ellos mismos son exponentes de esa rica complejidad en sus espacios angloparlante y francófono.

La negociación que nuestro país, conjuntamente con Colombia y Ecuador, viene llevando a cabo con los Estados Unidos para la firma de un Tratado de Libre Comercio abarca varios campos de comercio bilateral, buscando liberalizar mercados. Los principios que presiden esta negociación son los de "trato nacional", es decir que los productos peruanos y norteamericanos debe ser considerado como de la misma nacionalidad para todos los efectos. Otroprincipio es el de "nación más favorecida"; vale decir que si el Perú o EE. UU. hace acuerdos con terceros favorables a una de las partes, rige también para la otra. Están también los conceptos de "apertura de mercado", que en el lenguaje gringo se entiende como eliminación de barreras proteccionistas en comercio exterior, lo que claro ellos no lo cumplen por ejemplo en el caso de su muy subsidiada agricultura; así como otros asuntos que sería largo detallar y que no vienen al caso para el tema que nos ocupa.

Cuando Estados Unidos empezó a establecer TLC's en todo el mundo tuvo muy claro que la industria audiovisual era parte de los acuerdos, a pesar que no existía un capítulo específico sobre el tema. No por nada la MPAA, el gran imperio de las empresas de distribución gringas, es uno de los más activos lobbistas en Washington, y ha establecido parámetros claros sobre lo que se puede y no negociar en ese tema. Germán Rey cuenta como el jefe de la negociación chilena en el TLC le comentaba que al inicio de las tratativas el pensaba que el sector más duro iba a ser el agrícola, pero luego descubrió que más tenaz era el farmacéutico, pero al final, el de mayor poder y presión, resulto el del audiovisual, a cargo de la MPAA. Y eso que Jack Valenti, eterno zar de la corporación, alabó el acuerdo que se arribo con Chile como modelo futuro para las negociaciones. Participe del primer TLC, México resultó arrasado por no establecer ninguna medida de excepción o reserva ya que la poderosa TELEVISA tenía como miras imponerse en el mercado USA, lo que consiguió sólo a medias, pero a costa de hundir a la cinematografía azteca en la peor crisis de su historia. Con otros países como Corea, Estados Unidos no ha podido avanzar en el TLC por la cerrada oposición de ese país a ceder su cuota de pantalla. En Australia, empero, como ya había sucedido en Nueva Zelanda, Estados Unidos logro eliminar márgenes de apoyo a su cine, que incluían espacios en las pantallas de cine y televisión de esos países. Por último, y como ya hemos mencionado, en Chile, y gracias a una movilización de la llamada Plataforma Audiovisual chilena y la Coalición Chilena para la Diversidad Cultural se logro consagrar, y con no pocos conflictos, una reserva para preservar un espacio mínimo de apoyo a la producción de ese país, aunque limitada en cuanto a usos de dinero que no provengan del fondo público.

Cuando se iniciaron las negociaciones por el TLC del Perú no se considero para nada el tema cultural como parte de la agenda en discusión. Fue recién con la formación de la Coalición Peruana para la Diversidad Cultural, días antes de la tercera ronda de negociaciones que se realizo en Lima, que el tema fue advertido por el Ejecutivo peruano, constituyéndose un equipo que negoció con los negociadores (valga la redundancia en este caso) la posibilidad de una reserva más o menos en similares términos y alcances que lo que había conseguido Chile en el tema. Para ello los funcionarios del MINCETUR redactaron un texto alusivo que decía en su formulación inicial algo así como "El Perú se reserva cualquier medida, presente o futura, incluida subsidio, en materia de apoyo a las industrias culturales....". El texto resultaba suficientemente amplio para permitir más adelante que otro gobierno desarrolle una política cultural de apoyo y promoción de las industrias culturales nacionales (cine, televisión, radio, libros, música), además de garantizar las pocas que ya existen (incluidas en el anexo de las medidas disconformes, donde se señalan las normas vigentes en cada país que podrían colisionar con el tratan la última ronda que se realizo en Lima, creo que la novena, los negociadores norteamericanos que hasta el momento no se habían pronunciado sobre el tema, sacaron las garras y observaron nuestra propuesta, así como la más contundente que había presentado por su parte Colombia.

El asunto es que para los gringos no es valido el concepto de industria cultural, es decir ellos solo admiten reconocer las etapas de creación y producción como merecedores de algún tipo de apoyo, pero no las que implicaran la distribución, exhibición, venta o transmisión, que según ellos son puramente servicios comerciales. En otras palabras cualquier medida de beneficio, sea tributario, subsidio o lo que fuere a estas instancias sería observado, por lo que seria imposible establecer un sistema como los que tienen con éxito Argentina o Brasil, con ayudas a la distribución, premios a la exhibición de películas nacionales y cuotas de pantallas. Pero aún para la creación y producción solo se admitirán ayudas si estas provienen de subsidios directos del tesoro público, lo que actualmente se hace, a cuentagotas y con tantas dificultades, a través de CONACINE. No se admitirá en cambio que ese dinero pudiera venir en el futuro de la taquilla o derivado de algún tributo existente o por crearse como se propone en el nuevo proyecto de ley de cine. Y ni hablar de la susodicha cuota de pantalla o cualquier otra posible restricción a la producción norteamericana, pues esta, aunque usted no lo crea, es "nacional" gracias a este tratado (o sea, Darth Vader es peruano....¡ya me imaginaba!!).

Esos son, en breve síntesis, los problemas centrales que se debaten en el TLC en lo que toca a cine y cultura. Existen por cierto otros temas no menos importantes como los referentes a la liberalización absoluta del comercio electrónico y las telecomunicaciones, donde los norteamericanos han puesto la mira para asegurarse estos grandes mercados futuros, así como en lo relacionado a la propiedad intelectual, con graves conflictos entre los ámbitos del copyright gringo (que favorece sólo al productor) y el derecho de autor y creador como lo entendemos en nuestro país. Por tanto es un tema que requiere un debate abierto y público, que no se da, y donde se pongan en el tapete no sólo el futuro del cine y la cultura nacional, o las propuestas legales para impulsarlo, sino el derecho soberano del país a tener políticas propias en este sentido. O como propone la UNESCO, la potestad del Estado, en asociación con sectores privados y de la sociedad civil, a garantizar la protección y promoción de la diversidad cultural en sus países y el mundo. Eso es lo que esta en juego, para no convertirnos todos en meros receptáculos de una sola cantera, sino abiertos a todo el mundo, y por supuesto, también a lo nuestro.

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