24 de noviembre de 2009

Sobre Jurados y Concursos: ejemplo plausible


El nacimiento de un nuevo cine (sobre una experiencia inédita en Colombia)



por Sergio Wolf, desde Bogotá


Quiero contar una experiencia increíble, de las más felices, democráticas y productivas que me haya tocado vivir en mucho tiempo. Y quiero hacerlo con abundancia de detalles porque creo que son decisivos para comprender una forma de trabajo y de pensar el cine que puede dar como resultado -en un futuro breve, quizás en menos de cinco años- uno de los cines más libres y renovadores del continente.



A comienzos de julio me llamó Claudia Triana, la responsable de Proimágenes, entidad que distribuye los fondos de fomento y promoción del cine colombiano, para convocarme como uno de los ocho jurados de la categoría de desarrollo de guiones de largometrajes, rubro que, dicho sea de paso, casi no existe en ningún país latinoamericano y menos con un premio de 6.000 dólares por proyecto. Y, aunque tenía poco más de un mes para leer las 58 “escaletas” de guiones –básicamente, películas estructuradas en escenas, sin diálogos, que dan cuenta a través de acciones de la totalidad del film por venir en un desarrollo que oscila entre las 20 y las 40 páginas-, me seducía mucho conocer de primera mano el estado del cine colombiano. Desde hace cinco años, cuando salió la ley de cine en ese país -bastante antes de que viajara a Colombia el ex presidente del INCAA, Jorge Alvarez, quien solía arrogarse parte del mérito de que hubiera salido “parecida a la nuestra”-, vengo encontrándome con cineastas, críticos y funcionarios que me hablan de las expectativas que les generó esta ley, y esta era la gran oportunidad de ver y participar activamente de esas expectativas.



(Hago un pequeño paréntesis para decir que las primeras películas colombianas que ví en mi vida fueron de los años ´80, con casos como Carne de tu carne o Cóndores no entierran todos los días, y algo después, Tiempo de morir y La estrategia del caracol. Y ya en los últimos diez años, las nuevas de Sergio Cabrera, Víctor Gaviria y Rodrigo Triana. Ninguna de ellas me parece hoy especialmente interesante, aunque en estos últimos tres años sí pude ver documentales muy personales, como El corazón, de Diego García Moreno, o los últimos de Luis Ospina, que a su vez me recomendó varias joyas a descubrir, tanto de los ´20, como Garras de oro, o de los ´60, como Pasado meridiano, o de los ´80, como la brutalmente subversiva Pepos.)



“Queremos evitar la rosca”, dijo Claudia Triana en la primera jornada, mientras nos explicaba el método de trabajo que debíamos cumplir los tres jurados. Para lograr “evitar la rosca”, convocaron a 17 personas para integrar los jurados de desarrollo de guiones, de guiones terminados para pasar a producción y de post-producción. De esos 17, solamente seis eran colombianos y bastante trabajo les había tomado encontrarlos -según contó el David Melo, Director de Cinematografía de Colombia- porque esos jurados no podían tener la más mínima relación con los presentantes, y entonces había desde escritores como Jorge Franco hasta investigadoras como Maritza Cevallos o montajistas como María Vázquez.



A su vez, el criterio con que se eligieron los extranjeros privilegió los antecedentes pero también la diversidad de todo tipo: ya fuera generacional como de especificidad en el campo del cine, ya por formar parte de la realización como de la producción o la crítica. Así, estábamos desde guionistas de gran experiencia como la mexicana Paz Alicia Garciadiego (guionista habitual de Arturo Ripstein) o el cubano Senel Paz, o productores de la nueva generación como el uruguayo Fernando Epstein (el de 25 Watts, Whisky, La perrera y Acné), desde cineastas que empezaron en los ´80, como Carlos Sorín, hasta otros que lo hicieron en los ´90, como el chileno Andrés Wood, o en el 2000, como Rodrigo Moreno, sin olvidar programadores de festivales (Monica Wagenberg, del Festival de Miami), críticos (como el mexicano Leonardo García Tsao), productores que batallan desde hace décadas (como el brasileño Paulo Sérgio Almeida), documentalistas (como el chileno Patricio Henríquez), o vinculados a distintos campos del cine (como el español Manuel Pérez Estremera).



Los proyectos seleccionados en cada una de las tres convocatorias serían defendidos cara a cara por sus guionistas, directores y/o productores, teniendo un límite de tiempo acotado para hacerlo. Tanto Triana como Melo remarcaron que entre todas las convocatorias se repartían alrededor de tres millones de dólares, que era lo que había de presupuesto de fomento para el cine colombiano, y que en todos los casos, los directores y/o productores iban a tener que completar la financiación privadamente. Y, lo que es más importante, que teníamos absoluta libertad para las elecciones, que solo debíamos elegir los mejores proyectos, sin pensar ni siquiera mínimamente en que las películas debían contar realidad colombiana alguna ni representar lo que era importante para el país en ningún sentido. Solo elegir lo mejor.



Hechas las aclaraciones, nos preguntaron si hasta ese momento (con la primer lectura de proyectos, antes de la presentaciones “en vivo”) teníamos observaciones o sugerencias para hacer que los ayudaran a mejorar la metodología de cara al futuro. Muchos hicimos comentarios sobre el trabajo: algunos se refirieron a lo acotado de los tiempos o de que solo leían los que habían seleccionado, hubo quienes hablamos de lo bueno de no separar los documentales de las ficciones, otros mencionaron la dificultad de un extranjero para leer presupuestos concebidos por y para el propio país. “Somos funcionarios públicos y este es dinero público, por lo que nos importa mucho que la transparencia sea la mayor posible y todos sus comentarios nos son útiles”, dijo Melo.



Como si todo lo anterior no alcanzara para el asombro, durante las sesiones de presentación de los proyectos siempre había algún integrante del Consejo Nacional del Cine Colombiano que nunca intervenía ni se permitía sugerir, opinar o remarcar nada, sino que estaba allí para interiorizarse de los nuevos proyectos de películas. En las deliberaciones, sin embargo, todos los jurados pudimos discutir y elegir lo que más nos gustaba sin que hubiera ningún tipo de intromisión o sugerencia. Pero había más.



Después de que los tres jurados elegimos los proyectos ganadores, nos convocaron a las oficinas de Proimágenes. Hasta ahí llegamos los 17 jurados de los tres grupos, y por turnos nos hacían pasar a una gran sala donde estaban todos los integrantes del Consejo y en la cabecera estaba Paula Moreno Zapata, la ministra de Cultura de Colombia, una mujer de 29 años, seria, cordial y vivamente interesada en escuchar con atención la exposición de los tres jurados, cada una de ellas de casi dos horas de duración, y en la que cada grupo contó los proyectos que había elegido y por qué, mientras los integrantes del Consejo hacían preguntas o pedían sugerencias, como por ejemplo cómo pensábamos que se podía resolver y evaluar el crecimiento exponencial de proyectos que se venía produciendo cada año. Una vez más, la actitud no fue la de “vengan a explicarnos cómo se hace” sino de respeto por los saberes y experiencias, de humildad pero también de firme convicción en que el camino que están adoptando es bueno pero siempre perfectible. Tomaron nota de las sugerencias y nos hicieron preguntas, en un marco distendido y amable, y hubo una sana sorpresa, sin el más mínimo atisbo de reproche o preocupación, ante el hecho de que desconocían a muchos de los que habían ganado los premios. Lo que percibí, en cambio, fue sana intriga y una genuina sorpresa al ver que la renovación empezaba a asomarse con nitidez.



La noche de los anuncios de los premios, en el Museo Nacional de Bogotá, la ministra habló breve, concisa y contundentemente sobre la necesidad de apoyar al cine colombiano, y luego se produjeron los clásicos gritos y efusiones de esta clase de ceremonias con el detalle de que la casi totalidad de los responsables de los 30 proyectos ganadores no pasaba de los 35 años, y con la salvedad de que el arco de edades de quienes los habíamos elegido oscilaba entre los de algo más de 30 y los de casi 70 años. Terminado el acto, la mayoría de los jurados pedimos hablar personalmente con los que habían quedado finalistas, para hacer recomendaciones y observaciones que no habíamos podido hacerles antes, y ninguno de los perdedores nos increpó a nosotros ni a los responsables del Consejo Nacional por no haber ganado, prefiriendo conversar y oir las razones para mejorar. Se cerraba un círculo donde, de principio a fin, de un extremo al otro del campo cinematográfico colombiano se privilegiaba la inteligencia, el respeto, el deseo de aprender y no repetir errores propios y ajenos, alejándose del amiguismo y la soberbia, buscando aumentar las vías de acceso de los jóvenes al cine, con la convicción de que es la mejor manera de hacer buenas películas, y buscando la diversidad en un sentido concreto y no meramente declamatorio.

* Tomado de Otros Cines

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