20 de diciembre de 2007

Conservar y recuperar nuestras imágenes: HACIA LA CINEMATECA NACIONAL

Por Javier Protzel[1]

No basta con una política cinematográfica destinada a fomentar la producción de imágenes en movimiento. Es preciso conservar bien guardadas las ya existentes y restaurar las que el tiempo ha ido desvaneciendo, sin privar a nadie del privilegio de verlas, incluyendo cualquier maravilla redescubierta. La finalidad de un archivo fílmico o de una cinemateca no consiste en última instancia en salvar a las imágenes de su deterioro, sino en salvarnos a nosotros mismos del olvido colectivo, de ser arrastrados hacia el abismo del anonimato cultural y del desconocimiento de nuestras raíces, rostros y relatos predecesores. No necesito insistir acerca de cómo en la creatividad de cada momento presente las ideaciones e influencias se combinan con los sedimentos de la memoria colectiva heredada, que emerge en el aquí y ahora. Si no fuese así, no sabríamos quienes somos ni hacia donde ir ni por que. No tendríamos cultura.

Menos puedo pretender que una cinemateca –privada o pública- deba protagonizar ella sola todas las tareas de conservación del acervo audiovisual, puesto que esos emprendimientos requieren de la sinergia de muchas voluntades y de actividades complejas, costosas y de largo plazo. Pero si debe decirse que siendo la oralidad, la escritura y la imagen visual los tres recursos de la memoria colectiva, éstas se han combinado de manera distinta, generando configuraciones particulares, según el caso y la época, en cada región del mundo desde la invención de las imágenes en movimiento. Algunas excelentes, otras no. ¿Cuál es el lugar del Perú en esta dinámica? Sin duda es lamentable, pues se caracteriza por la significativa volatilización del trabajo y la tradición orales, sin que a lo largo del siglo que acabó haya habido en contrapartida –a diferencia de muchos otros países- una difusión amplia de la lectura ni mucho menos de una cinematografía nacional sólida y preservada, que sirviesen, una y otra, como soportes de una memoria histórica viva para darle continuidad a la creatividad y contrarrestar las tendencias a la amnesia.

Nuestros procesos de modernización han desdeñado la necesidad de guardar los registros sensibles del pasado. Además de ayudarnos a comprendernos y pensarnos críticamente, estos nos permitirían ver reflejada en las miradas del pasado la originalidad de nuestra propia mirada presente. Contemplación narcisista benéfica, dicho sea de paso, pues mitiga la alarmante necesidad de recuperación de la propia autoestima de este país.

Pese a sus limitaciones materiales, el Consejo Nacional de Cinematografía (CONACINE) presta atención a los problemas de conservación y mantenimiento de nuestro patrimonio fílmico desde 1996, año en que empezó a reunirse un pequeño acervo, consistente actualmente en unos treinta cortometrajes, diez largometrajes, alrededor de cien veinte guiones presentados a diversos concursos, y un sinnúmero de afiches. Pero los medios de CONACINE son insuficientes. Parte de este material, en especial el que perteneció a la antigua COPROCI (Comisión de Promoción Cinematográfica), data de hace tres décadas, y se encuentra en un franco deterioro químico, junto con el material videográfico e impreso del antigua INTE (Instituto Nacional de Teleducación). Nelson García Miranda, quien benévolamente está iniciando una catalogación y diagnóstico, presagia un colapso a corto plazo que exige un cierre de filas de la comunidad cultural para salvar este patrimonio audiovisual. Se necesita de espacios adecuados, recursos económicos y experiencia para enfrentar el tema globalmente, incluyendo los noticieros cinematográficos de las décadas de los cuarenta y cincuenta ubicados en la Biblioteca Nacional, la valiosa colección de la Cinemateca Inter-Universitaria con joyas del cine peruano y universal que fundara el difunto Dr. Miguel Reynel Santillana, así como los materiales depositados en radio Nacional y otros lugares. El Instituto Nacional de Cultura, que también conserva material filmográfico, está al tanto de estas urgencias y comparte los intereses del CONACINE.

Es imperativo que las obras cinematográficas objeto de una primera catalogación sean declaradas patrimonio nacional, la mismo tiempo que se forme una Comisión Pro-Cinemateca Nacional que junto con el CONACINE asuma el proyecto Bases para la creación de una Cinemateca Nacional presentado por esta institución para su financiamiento al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en febrero último. La actividad de este proyecto permitiría organizar un taller de formación de técnicos especialistas en ubicación, catalogación y preservación del patrimonio histórico audiovisual, diseminado en entidades estatales, empresas y colecciones particulares.

Es bueno recordar que gracias al cine, el siglo XX fue el primero que asoció de manera tan estrecha al pensamiento con la mirada. Seguramente el cine cambió, anchó, la reflexión sobre el mundo. No es de extrañar que la fenomenología en la filosofía y el cine en las artes se hayan desarrollado en épocas tan próximas, alimentándose la una del otro, como lo mostró André Bazin. Estando por cumplirse ochenta años del estreno de Luis Pardo, el famoso bandolero, primer largometraje peruano, nuestros testimonios fílmicos no dejan de extinguirse día a día, mientras nos acercamos al inadmisible momento de perder una oportunidad de recuperar y valorizar su memoria. Sólo un esfuerzo muy tenaz de quienes nos sentimos comprometidos podrá estar a ala altura de las circunstancias.


[1] Ex presidente del Consejo Nacional de Cinematografía (CONACINE). Publicado en la revista BUTACA del Cine Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, número 28, mayo del 2006.

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